MARÍA, ABOGADA NUESTRA (DÍA 14)
MARÍA,
ABOGADA NUESTRA
El don más hermoso que hemos podido
ofrecer a la Virgen en este Quincenario es nuestra oración para suplicarle por
nuestras necesidades. Ella las ha escuchado y llevado a Dios, como lo hace
todos los días. Ella es nuestra Abogada: incluso si todos hablaran mal de
nosotros ella, la Madre, hablaría bien porque su corazón inmaculado está
sintonizado con la misericordia de Dios (Benedicto XVI). Ella nos enseñe a ser
una Iglesia que aboga por los que no son escuchados.
REFLEXIÓN
Por: Pbro. Antonio Verdín Delgado.
Hoy nos reunimos en torno a María
Santísima, la madre del Salvador, a quien la Iglesia ha honrado desde hace
muchos siglos, en la Salve Regina
-que se cree que fue escrita en las postrimerías del siglo X, por San Pedro de
Mezonzo-, con el título de Abogada nuestra, Abogada del Pueblo de Dios, sí, así
invocada ya en las cruzadas y en Alemania en pleno S. XI.
En las lecturas que hoy escuchamos,
tanto del Profeta Zacarías, como del Evangelista San Juan, encontramos una
línea que nos lleva a visualizar a María con el Título, con que la hemos
anunciado: Abogada nuestra; el Profeta nos enseña, que Dios que está siempre al
pendiente de su pueblo, tanto así, que el profeta habla a nombre del Señor a la
ciudad de Jerusalén, para que recobre su confianza: “Jerusalén volverá a ser
repoblada de habitantes que regresen del exilio, protegida por el Señor y sede
de su templo; su «presencia» es la garantía de sus bienes”. Y el Evangelista,
nos lleva de la mano para entender que el signo de las bodas de Caná (producto
de la intercesión de María), no está tanto en el milagro, sino que “el
verdadero creer llevará hacia un ver más hondo: «¿No te he dicho que, si crees,
verás la gloria de Dios? (Jn. 11,40)». Por eso, los signos son una
manifestación de la gloria para aquellos que están dispuestos a penetrar el
misterio de Jesús… los signos son un medio que lleva – a los discípulos –, a la
verdadera fe: contemplar la gloria en Jesús, la gloria del hijo único”.
Ahora bien, en el A. T. hay que
señalar, para los efectos de nuestra reflexión de hoy que existe la figura de
la gebirâ: la reina madre, su papel
lo vemos en 1Re. 2,19-20 y Cant. 3, 11, quien tiene un papel importantísimo en
la historia de Israel, pues ella es la intercesora de algunas peticiones, que
ella y sólo ella puede hacer al rey de Israel, las cuales serán satisfechas por
el respeto y cariño del Monarca hacia su madre; ella, la gebirâ hace peticiones que otros no podrían ni se atreverían a
hacer; ella asume un papel que hoy día podríamos calificar no sólo de
intercesora, ella es la que aboga, la que pide algo en una situación o
necesidad especial a favor de otro, es decir, asume un papel: es la abogada.
Para visualizar en María Santísima el
título de Abogada, quiero detenerme en nuestra experiencia de la vida diaria;
cuando nos enfrentamos a una situación difícil, específicamente en el mundo
legal o jurídico, sea por una injusticia que sufrimos, o porque nos encontramos
en una situación de precariedad legal, o porque necesitamos hacer valer
nuestros derechos, ante dicha situación, nos encontramos con la necesidad de
hacer oír nuestra voz ante un juez o una autoridad superior, con una sola
finalidad, que nos oiga, que escuche nuestros argumentos y peticiones, que se
entere de nuestra necesidad y sed de justicia, que sea remediada nuestra
necesidad y restaurado el orden en el que nos movemos; y como el mundo legal es
distinto al nuestro, por su terminología y por sus formalismos, entonces, para
ello llamamos alguien que sepa moverse en ese mundo, y contratamos los
servicios de un abogado que nos represente, y que, a la par que entienda
nuestro lenguaje y nuestras necesidades, con sus conocimientos en ese mundo que
está frente a nosotros, el de la justicia y el derecho, hable y use de todos
sus recursos para colocarnos en una situación no ya de precariedad, sino de
satisfacción porque aquél a quien pedíamos justicia, es decir, la autoridad,
hizo suyas nuestras peticiones, nos atendió, y despachó favorablemente nuestra
petición, gracias a la intervención del que abogó por nosotros.
Así, en este sentido, podemos situar
la figura de María Santísima en la liturgia de hoy, tal como la hemos
anunciado: ella es nuestra Abogada, nuestra intercesora; esta afirmación
podemos hacerla con cierto paralelismo, pues así como en tiempo del Profeta era
necesario que alguien hablara al pueblo que se encontraba triste por el
destierro, aunque se sabía heredero de una promesa, para que con su voz y su
palaba le afianzará en la seguridad que el Señor cumpliría sus promesas, y que
retornaría al pueblo la dicha y la paz, así, ahora, en el tiempo de la Iglesia,
especialmente en estos momentos difíciles, por el pecado, la enfermedad, en una
palabra, por el modo de vida, es necesario que haya alguien que le hable al
pueblo de Dios, y le confirme en la fe, en la certeza del amor de Dios, y
¿quién mejor que María? Ella es la tierna sierva que canta las maravillas del
Señor, la que afirma y confirma la fe y la confianza de que el Señor es fiel y
que será la fuente de paz y alegría de aquel que se abandona a Él.
Finalmente, en el Evangelio vemos cómo
María, con su sola presencia, asume su papel de abogada, en una simple
situación de la vida cotidiana: al acabarse el vino, ella, aboga; por su acción
intercesora el Señor realiza el signo; y, así, con la sola intercesión de María
por aquellos novios, más que el signo del vino nuevo, se fortalece la fe
incipiente de los primeros discípulos; María es la gebirâ, la Reina-Madre intercesora, la Abogada, la que segura de su
papel y postura ante su divino Hijo, no duda en interceder, en hablar por
aquellos que por su fragilidad, acaso por su indignidad, no pueden hacerlo;
ella habla por los que no saben cómo hablarle al Rey y Señor; ella usa el
lenguaje que otros no alcanzan (el del amor), y presenta la defensa, la
intercesión, del mejor modo que puede: externando el amor por sus hijos ante su
Hijo, pues es sabedora que su defensa es inquebrantable, que su auxilio es
poderoso, y que - permítaseme hablar así-, que la única “debilidad” de Dios, es
el infinito amor que el Señor tiene por su madre, y por tanto su ejercicio de
abogada, su intercesión no será desechada. Así pues, cuando en la Salve, la
llamamos Abogada nuestra, es como si le dijéramos "si tú, que eres nuestra
defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a recurrir?" Por ello, para
concluir, quiero señalar que hoy en día sigue siendo cierta aquella afirmación
hecha oración, de San Bernardo de Claraval:
“Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno
de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio,
reclamando vuestra asistencia, haya sido desamparado de Vos. Animado por esta
confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes; y gimiendo bajo el peso
de mis pecados, me atrevo a comparecer ante Vos. Madre de Dios, no desechéis
mis súplicas; antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén”.
LECTURAS
DEL QUINCENARIO
PRIMERA
LECTURA
Del
profeta Zacarías 2, 14-17
Alégrate y goza, hija de Sión, que yo
vengo a habitar dentro de ti —oráculo del Señor—. Aquel día se unirán al Señor
muchos pueblos, y serán pueblo mío. Habitaré en medio de ti, y comprenderás que
el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti. El Señor tomará posesión de Judá
sobre la tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén. Calle toda carne ante el
Señor, cuando se levanta en su santa morada.
SALMO
RESPONSORIAL
Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8
R.
Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.
Ten piedad de nosotros, y bendícenos;
vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los
pueblos tu obra salvadora. R
Las naciones con júbilo te canten,
porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y
riges en la tierra a las naciones. R
Que te alaben, Señor, todos los
pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le
rinda honor el mundo entero. R.
EVANGELIO
Del
santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, hubo una boda en Caná
de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también
fueron invitados.
Como llegara a faltar el vino, María le
dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos
hacer tu y yo? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero ella dijo a los que
servían: “Hagan lo que él les diga”.
Había allí, seis tinajas de piedra, de
cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús
dijo a los que servían. “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el
borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”. Así
lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin
saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le
dijo: “Todo mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han
bebido bastante, se sirve el corriente. Tú en cambio, has guardado el vino mejor
hasta ahora”.
Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea
fue la primera de sus señales milagrosas. Así, mostro su gloria, y sus
discípulos creyeron en él.
Aun tenemos la oportunidad de reivindicarnos.. Auxiliando y compartiendo con amor.. Con los Cristos que tenemos mas cerca
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