MIRARNOS A NOSOTROS
La liturgia del día de hoy nos presenta
dos textos, hasta cierto punto, muy conocidos por nosotros, pero que están llenos
de dramatismo y suspenso dignos de cualquier novela televisiva.
La primera lectura nos presenta ese largo
pasaje en el cual vemos como dos “viejos” quieren abusar de la casta Susana y
como ella al no ceder a los deseos de esos hombres la difaman y quieren acabar
con su vida (el pasaje está al término de esta reflexión y vale la pena leerlo
completo). Este pasaje está lleno de una viveza y de una narrativa que nos
tendrán al filo de la pantalla. Pero lo interesante de este texto es como
después de la oración que hace a Dios Susana, el Señor suscita la intervención
del joven Daniel para rescatar a aquella mujer de las calumnias de esos
señores. Casi al final del texto se nos presenta la clave de todo este pasaje “Entonces
toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan
en él.” La oración confiada que hacemos a Dios no queda sin respuesta.
Incluso el autor hace esta afirmación después de la oración de súplica de
aquella mujer “El Señor escuchó su voz.” No dudemos en elevar nuestras suplicas
a Dios, ya que él está dispuesto a escucharlas y a poner remedio en cada una de
ellas.
El evangelio, por otro lado, nos presenta
la famosa escena de la mujer encontrada en adulterio y llevada ante Jesús para
ser apedreada. Esta mujer y Susana son muy diferentes, la primera fue
encontrada en flagrante adulterio, mientras que la segunda es calumniada, pero
lo que une a las dos es la justicia y la misericordia de Dios, que no quiere la muerte de nadie sino, como dice
Ezequiel (18, 23) “¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no que se
convierta de su conducta y que viva?”
Dios es ese Buen Pastor que sale a buscar
a su oveja perdida y una vez que la encuentra la carga sobre sus hombros y le
regresa al rebaño. Es esta la imagen que encontramos en el evangelio de este
día, mientras vemos a unos hombres dispuestos a acabar con una persona
cumpliendo la ley, nos encontramos con un Jesús que no condena al pecador; la
misericordia vence al odio. El dialogo con el que termina este pasaje es la
clave para entender a Jesús. "Mujer, ¿dónde están los que te
acusaban? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le contestó: "Nadie,
Señor". No se le cuestiona sobre si ha pecado o no, la pregunta
es por quien condena nuestros actos. Solemos ser muy crueles y legalistas con
el hermano que cae y que se equivoca. Somos buenos para señalar y condenar.
Ambos textos nos deben de mover, en primer
lugar, a no condenar a ninguna persona, ni justa (evangelio), ni injustamente
(primera lectura) y en segundo lugar a confiar en la misericordia de Dios.
Un Padre que es capaz de distinguir entre el pecado y el pecador. Un Padre que
condena el pecado, pero que es indulgente y misericordioso con el pecador, ese
es el dialogo que tiene con la mujer, un dialogo de misericordia: Jesús
le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
No caigamos en la trampa del mundo de
condenar al hermano, sino que seamos autocríticos y veamos nuestros errores, no
para atormentarnos, sino para evitarlos en adelante, como dice el mismo san
Juan en su primera carta (2,1-2) “Hijos míos, les escribo esto para que
no pequen. Pero si alguien peca, tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo
el Justo. Él se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados
y no sólo los nuestros, sino los de todo el mundo.”
Del libro del profeta Daniel: 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62
En aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado
con Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres
eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era
muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían reunirse los
judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían sido designados jueces
dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de quienes había dicho el Señor:
"En Babilonia, la iniquidad salió de ancianos elegidos como jueces, que
pasaban por guías del pueblo". Estos frecuentaban la casa de Joaquín y los
que tenían litigios que resolver acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando
toda la gente se había retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su
marido. Los dos viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron
de pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver al
cielo ni acordarse de lo que es justo.
Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron: "Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas". Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor". Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.
Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron: "Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas". Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor". Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.
Al día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín,
esposo de Susana, y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas
intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a morir. En presencia del
pueblo dijeron: "Vayan a buscar a Susana, hija de Quelcías y mujer de
Joaquín". Fueron por Susana, quien acudió con sus padres, sus hijos y
todos sus parientes. Todos los suyos y cuantos la conocían, estaban llorando.
Se levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y
pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos
al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron:
"Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entró ésta con dos
criadas, luego les dijo que salieran y cerró la puerta. Entonces se acercó un
joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un
extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos hacia ellos y los
sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte
que nosotros; abrió la puerta y se nos escapó. Entonces detuvimos a ésta y le preguntamos
quién era el joven, pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo
esto". La asamblea creyó a los ancianos, que habían calumniado a Susana, y
la condenaron a muerte.
Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamó: "Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí". El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, el santo impulso de ponerse a gritar: "Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer".
Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamó: "Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí". El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, el santo impulso de ponerse a gritar: "Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer".
Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: "¿Qué es lo
que estás diciendo?". Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les
respondió: "Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a
muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad.
Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio".
Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel:
"Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que
Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano". Daniel les dijo entonces:
"Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a
interrogar".
Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: "Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos". El respondió: "Debajo de una acacia". Daniel le dijo: "Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad". Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: "Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?". Él contestó: "Debajo de una encina". Replicó Daniel: "También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes".
Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente.
Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: "Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos". El respondió: "Debajo de una acacia". Daniel le dijo: "Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad". Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: "Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?". Él contestó: "Debajo de una encina". Replicó Daniel: "También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes".
Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6.
R/. Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace
reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.
Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu
vara y tu cayado me dan seguridad. R/.
Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.
Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor por años sin término. R/.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Juan: 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer
se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él,
sentado entre ellos, les enseñaba.
Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?".
Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?".
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero
Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en
su pregunta, se incorporó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga pecado,
que le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió escribiendo
en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno
tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la
mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
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